Tinta, Papel y lápiz




Siempre quise ser escritor y contar historias maravillosas, como aquellas que me leían en mi infancia. Donde el galán mata al dragón, salva a la princesa, se casan y viven felices para siempre. Ahora que soy adulto, pienso que la realidad tiene mucho de ficción.
Me convertí en escritor y mis relatos están inspirados en dos amigos de la infancia. La “tinta”, apodada así por su piel canela, era descendiente de mapuches. Ella ha sufrido mucho en este mundo, su padre abusó de ella, su madre es alcohólica y ella; bueno, ella lucha por salir adelante.
La vida no es fácil y tampoco es maravillosa. La princesa no es un ángel inmaculado y tampoco es feliz.
En secundaria conocí al “papelillo”, así lo llamaban los vecinos y nuestros compañeros de curso. Junto con la “tinta” nos divertíamos mucho, éramos el grupo de los marginados. Fuimos: “lo que deja la ola”, el “raspado de la olla”. Yo por ser guatón, ella por ser negrita y el “papelillo”; bueno, era un flaco “seco para el pito”.
La vida tiene desencantos y no es tan mágica. No fuimos príncipes nacidos en cura de oro.
Crecimos. La tinta se puso harto “rica” y con el “papelillo” comentábamos los atributos que ahora tenía. Todos tratamos de entrar a la universidad y a duras penas lo conseguimos. Yo seguí literatura, ella pedagogía y el “papelillo”; bueno, trató de estudiar derecho, pero se lo pasaba en protestas y peleas callejeras. Ahora ya no era el “papelillo”, porque pasó de la marihuana a la droga. El ve a los dragones que yo me imaginaba de niño. Su vida se volvió una fantasía y terminó en un callejón solitario.
La vida es trágica y nos vuelve la espalda. El dragón venció al príncipe.
La “tinta” y yo nos casamos, tuvimos dos hijos, pero lo nuestro no resultó y nos separamos. Hoy cada uno siguió su rumbo. Ella se quedó con los niños y la casa y yo; bueno, sigo escribiendo y soñando. Me diagnosticaron cáncer al hígado y tengo los días contados.
La vida no es un sueño y tampoco viviremos felices para siempre.

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