El Castillo



Generalmente relacionamos a los castillos con los cuentos de hadas o las leyendas épicas. Donde la magia, la belleza, el heroísmo y la galantería se mani-fiestan en todo su esplendor. Pero cuando se refiere uno al Castillo de Mortuk, el asunto cambia radicalmente. Sólo puedo señalarles que, si existe una antesala al infierno, se podría decir que esa es el Castillo de Mortuk, morada del conde del mismo nombre. También conocido como el Señor de Mortuk, el Conde Oscuro y tantos otros apodos que se ganó en su existencia. Se eleva por encima del valle, en las faldas escabrosas de una cordillera coronada de picos nevados. Parece fundirse con la osamenta de la montaña. El mundo olvidó el fatídico día en el que fue levantado piedra sobre piedra. Incluso el tiempo parece ignorarlo y por eso aparenta ser tan arcaico, como la orogenia a la cual está anclado. Fue bautizado con sangre y quienes participaron en su cimentación, perecieron en extrañas circunstancias.
La luz es un lujo con el que no se cuenta en abundancia en el abismo donde está asentado. Es un sitio lúgubre y sombrío, donde los rayos del Sol esquivan los riscos empinados y se hieren con las filosas rocas horadadas por la erosión eólica, hasta arribar aquí agonizantes. Finalmente se extinguen sin siquiera conseguir entibiar el ambiente. Por eso es tan frívolo y penumbroso. Da la impresión que la oscuridad domina en este apartado rincón, donde nada vivo florece. Incluso el viento parece desvanecerse cuando acaricia la roca de sus paredes malditas.
Hoy aparenta estar abandonado. No se ve movimiento en sus torres o ma-tacanes. Ningún viajero osa acercársele demasiado y las caravanas sólo lo observan desde la distancia. Pero de inmediato desvían la mirada. El sólo hecho de verlo produce estupor. Aunque ya forma parte del folklore de la comarca. Se cuentan muchas historias de el, mas las leyendas aluden principalmente al señor de la fortificación. Se dice que el conde vendió su alma a cambio de rique-zas y poder. Sin embargo, fue engañado y cayó bajo las traicioneras garras del oscuro y terminó convirtiéndose en una criatura corrompida por la maldad. Hay quienes creen que su espíritu deambula por el castillo, ansiando que alguna víctima caiga en sus garras–. ¡Ay! de aquel que ose cruzar el puente levadizo y traspase sus puertas –la esperanza de sobrevivir es una utopía para los ilusos, porque quién cae aquí, se pierde en las tinieblas y su luz se extingue para siempre.
El castillo de Mortuk es una muestra física de la ostentación, del delirio por el poder y la riqueza. Más también es la prueba misma de que lo siniestro convive con nosotros. Yo lo sé, porque conozco ese castillo, he visto sus salones donde los más horripilantes engendros danzan bailes obscenos, al son de una música siniestra. Se le pone a uno la “carne de gallina” al oírla. Pero así mismo, es un lugar donde no existe la calidez. Los sentidos se enturbian y la razón se asfixia a raíz del caos y la maldad que parece flotar en el aire. Impregna sus paredes ne-gras y pútridas. Jamás había visto un lugar tan cargado de perversidad como ese, incluso las criaturas más malignas palidecen de sólo acercarse a sus murallas exteriores. Lo que entra jamás sale, ni siquiera la luz puede escapar de él, como si fuera un abismo negro, devorándolo todo a su alrededor. Me estremezco de sólo pensar en aquel castillo maldito y por eso es que me siento tan orgulloso de el. Verlo allí, inerte, perturbando la razón de quienes tienen el valor de detenerse a mirarlo, me hace sentir el más presuntuoso de los condes.

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