Siete veces siete




Nacía un nuevo día, el séptimo del mes de Julio, era lunes, no muy grato para la mayoría de los chilenos por cierto. Los relojes marcaban ya las siete menos diez y Santiago iniciaba su ritmo habitual, cientos de transeúntes comenzaban a poblar sus calles y el bullicioso tránsito fluía congestionando sus avenidas, dándole vida a la capital. En el centro, el comercio aún no abría sus puertas y el gentío se desplazaba de un lugar a otro haciendo de la urbe una de las más agitadas de Chile. Todo parecía indicar que la rutina diaria no cambiaría en absoluto, sin embargo, cuando dieron las siete en punto, una violenta explosión sacudió el sector céntrico e hizo sobresaltarse a todos quienes transitaban por las inmediaciones. El estallido despedazó la base de un edificio arrojando esquirlas en todas direcciones. Los cimientos de la añosa construcción cedieron y su estructura se colapsó desplomándose con estruendo y envuelta en una nube de polvo. Se formó un hongo negrusco que se elevó hacia los cielos y era visible a varios kilómetros a la redonda. La onda expansiva activó las alarmas de los vehículos aparcados cerca del lugar y reventó tantas ventanas, que pocos lograron escapar de los vidrios que fueron arrojados por doquier, contribuyendo a elevar la sensación de pánico de quienes por ahí pasaban. Se desató el caos se produjo en los alrededores, los transeúntes estaban aterrados por esta tragedia, algunos huían, mientras que otros trataban de socorrer a los heridos. A los pocos minutos, acudieron al lugar varias compañías de bomberos, la policía y muchas ambulancias. Se desató un voraz incendio que complicó aún más las labores de rescate. Peritos del cuerpo de bomberos declararon que era imposible determinar las causas de la violenta detonación, hasta no remover los escombros y hacer un análisis exhaustivo de las instalaciones del edificio, pero por la magnitud del estallido, no se descartaba la acción de algún tipo de explosivo muy poderoso. Los cuerpos eran sacados de entre los escombros y decenas de ambulancias entraban y salían del sector transportándolos al instituto médico legal. Lugar que también colapsó por la cantidad de dolientes que acudieron a reconocer a las víctimas. Nadie se explicaba lo ocurrido, se sabía que en el inmueble sólo operaban oficinas comerciales y las pérdidas, tanto en vidas como materiales, fueron cuantiosas. La hipótesis del atentado finalmente fue descartada, ya que los expertos descubrieron que las viejas y mal mantenidas instalaciones de gas del edificio, sumado a las pésimas condiciones del cableado eléctrico, habrían ocasionado el fatídico desenlace. La opinión pública estaba consternada. La fiscalía, que ya había iniciado las investigaciones de rigor, recibió un extraño llamado anónimo, el mensaje decía:

“Záyin. Siete veces siete, los arcaicos caerán.
Torres de alto siete, abadón y muerte traerán”

Al efectuar la triangulación, determinaron que la llamada provenía del mismo edificio afectado, y esto dejó a los expertos muy confundidos. De hecho, el número telefónico correspondía a una de las oficinas que ahora estaban bajo los escombros. Les tomó algunos días descifrar aquel mensaje, que aparentemente anunciaba una posible segunda tragedia en otro edificio del país. La noticia se mantuvo en absoluto secreto para evitar el pánico, pero dividió a la policía, pues algunos de ellos insistían en que sólo se trataba de una broma de mal gusto y que no habría un nuevo atentado. Otros en cambio creían que era necesario determinar cual sería el siguiente blanco. El tema se tornó complejo, pues ya se había comprobado que el desastre no fue producto de actos premeditados. Mientras se tomaba una resolución al respecto, ocurrió lo que algunos temían, siete días después otro edificio, esta vez de departamentos y cercano al centro de Valparaíso, se vino abajo provocando una nueva tragedia de proporciones. El pánico se apoderó de los porteños, muchos de ellos increparon a la autoridad para que encontrara a los culpables de este supuesto atentado. Sin embargo, las investigaciones dieron como conclusión que había sido un accidente, muy similar al anterior y sólo atribuible a las malas condiciones del inmueble.
Una nueva llamada dejó aún más perplejos a los fiscales y al personal de Investigaciones de Chile, pues provenía de un número correspondiente a uno de los departamentos en ruinas y al igual que el anterior, anunciaba una nueva tragedia. Esta vez no esperaron a discutir lo extraño del suceso, sólo se limitaron a investigar a todos aquellos cuya altura alcanzaba los siete pisos. Era una locura, pues la cantidad de inmuebles que respondían a esa descripción era bastante amplia a lo largo del territorio nacional. Así se fue repitiendo una tras otra la destrucción de edificios, desatando una de las mayores catástrofes de que se tenía memoria en Chile. Por razones desconocidas, el mensaje se filtró por los canales de seguridad de la policía y llegó a manos de la prensa. Quienes entrevistaron a expertos en semiótica para descifrarlo y se descubrió entre otras cosas, que la palabra abadón era de origen hebreo y significaba “destrucción” y cada uno de los extraños versos era encabezado por una palabra diferente. Se supo que eran números. Así, Záyin era siete, Váu seis y hasta llegar al uno, todo parecía indicar que se trataba una especie de cuenta regresiva, pero con que objeto, nadie lo sabía. En vista que el tema ya era de conocimiento público, la policía se vio obligada a iniciar la evacuación de todos los edificios de siete pisos del país. Hubo fuerte vigilancia policial las veinticuatro horas del día en cada uno de ellos. Así se esperó a que llegara el séptimo día tras el sexto edificio siniestrado.
Los días pasaron lentos, había mucha expectación, una sensación de desasosiego rondaba en el ambiente, todos los temas nacionales pasaron a segundo término y nadie se veía feliz. Inevitablemente, se sucedieron los acontecimientos que todos esperaban. En la ciudad de Puerto Montt, el último edificio sucumbió y esta vez no hubo víctimas que lamentar, el inmueble estaba vacío y la vigilancia en sus alrededores constató que nadie pudo ingresar o salir de él sin ser visto. La gente respiró con alivio, todo indicaba que la pesadilla había concluido al fin, sin embargo, una nueva llamada se produjo y también un nuevo mensaje, esta vez más confuso que los anteriores y los dejó a todos consternados.


“Omega-Omicron-Dseta, llegó al mundo.
666, El oscuro de aquí no es oriundo”

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