Reflexiones de un Sicario




Suceden cosas extrañas en Santiago durante un apagón, a mí por ejemplo me ocurrió algo que nunca podré olvidar y que me cambió para siempre. No voy a hablarles mucho de mí porque en el oficio en el que me ocupo, la identidad es un tesoro que se guarda bajo siete llaves. Sólo sepan una cosa, no soy una buena persona. No le hago el bien a nadie, al contrario, sólo reparto tristeza y muerte y no por el sólo placer de hacerlo, es mi trabajo y no voy a justificarme ni a filosofar al respecto. Algunos me consideran: la “solución radical” y estoy a cargo de poner las cosas en su lugar sea esto bueno o malo, me es indiferente. No estoy aquí persiguiendo un ideal o tratando de imponer una idea, sólo cumplo las encomiendas que se me asignan y punto. No tengo amigos, tan sólo un par de familiares, los únicos vestigios de una vida pasada que me liga a mi parte más humana. Aunque tengo una compañera, eso sí, mas no es muy conversadora. Jamás me ha dicho algo y eso esta bien porque a mí me gustan tanto el mutismo, como la quietud. La he apodado la “silenciosa” y siempre la llevo conmigo a todos lados, es mi carta de presentación y también mi resguardo. Su voz es muerte para los indeseables de los que me ocupo, ella los despacha a “mejor vida”. No se confundan, no crean que sin ella yo no soy nadie, el que piense eso está muy equivocado. Me caracterizo por ser un sujeto muy peligroso, olvidé el día en que le perdí el respeto a la vida y he hecho de la muerte una aliada que me beneficia económicamente.
Bueno, volvamos a lo que nos ocupa, les decía que esa noche del apagón me ocurrió algo nada común, algunos lo tildarán de sobrenatural o paranormal, yo no sé, juzguen ustedes mismos. Fue una noche de luna llena, el cielo estaba muy estrellado y yo esperaba a alguien, tenía que ocuparme de él, ya saben, era un trabajito que tenía que hacer. Se trataba de un tipo importante y para acercarme a él me disfracé de policía. Me sentí incómodo con el uniforme, ni en mis más oscuras fantasías me imaginé vistiendo de verde. Ni siquiera el color me agradaba, pero fue un disfraz apropiado y mejor aún en una noche sin luz artificial. No me pregunten que causó el apagón, es lo menos importante en esta historia. Recuerdo que me encontraba parado junto a un poste, al otro lado de la calle estaba la casa del futuro occiso y de él sólo memoricé su nombre y también su rostro. Con eso me basta para cumplir mi tarea. Miré a mis espaldas por un breve instante y al volverme me topé con una silueta tan oscura, que parecía destacarse en medio de la penumbra. Yo no me asusto con facilidad, pero verlo así tan repentinamente no me dejó indiferente. Cuanto anhelé en aquel minuto haber tenido suficiente luz como para poderle ver el rostro a aquel individuo. Las sombras de la noche lo ocultaban de mi vista. No podía distinguir sus facciones y eso es importante para mí. Pero sus ojos si los veía, muy claramente, esto me llamó la atención sobre todo porque me parecieron algo siniestros.
–¿Quién es usted? –le pregunté.
–Un viajero con una misión –me respondió y su tono de voz se me antojó demasiado socarrón. Esto me irritó.
–¿Qué misión? Sea más específico –lo increpé, me sentía con el derecho de hacerlo, después de todo, representaba a la autoridad y él se veía sospechoso.
–¿Estoy obligado a decírselo? –noté mucha ironía en aquella pregunta suya.
–¡Por supuesto! –insistí con tono adusto y es que comenzaba a molestarme esta actitud sarcástica de su parte. Si hay algo que no tolero es a un sujeto que se las da de mordaz. Pobre, no sabe con quien está tratando– ¿Acaso no ha notado que soy la autoridad aquí? –le dije “dándole a probar de su propia medicina”. Pareció surtir efecto porque guardó silencio por un breve instante, parecía buscar las palabras apropiadas lo cual me puso en alerta. La gente poco elocuente siempre oculta algo.
–No sé como explicárselo, oficial –exclamó al fin y parecía mofarse de mí. Esto me hizo sospechar aún más, algo se traía entre manos.
–Sólo dígame a donde se dirige.
–No es el “donde” lo importante, sino el “cuando” –estas palabras pronunciadas por el extraño me confundieron.
–¿Cómo que “cuando”? –le gruñí–, yo pregunté claramente ¿Dónde va usted ahora? -, recalqué bastante molesto, pues no me gusta que se burlen de mí.
–El tiempo es tan relativo –dijo con voz pausada, sin prisa alguna–, saber “cuando” se hace algo es más relevante que “donde”, al menos para mí.
–¡Termine de una vez con este absurdo juego de palabras! –lo reprendí.
–¿Está seguro?
–¡Por supuesto! –le grité perdiendo ya la compostura.
–Bueno –exclamó él, manteniendo ese aplomo que era ahora la razón de mi rabia, parecía no inmutarse con mi fiereza y esto me tenía confundido. Nadie se mostraba así de tranquilo ante mis amenazas y es que yo infundo temor en las personas, ese es un recurso muy eficaz del cual me valgo permanentemente–. Sólo puedo decirle que tengo una cita con ciertas personas que usted conoce y aunque no soy bienvenido, debo acudir –pude notar malicia en su mirada que no me gustó para nada.
–¿Con alguien que yo conozco? –me vi sorprendido por aquella respuesta– ¿Quién? –insistí, aunque estaba perdiendo un tiempo valioso con este sujeto y me estaba distrayendo de mis propios asuntos. Acaricié a la “silenciosa”, ella parecía igualmente ansiosa de ponerle fin a esta inútil conversación.
–Esos familiares suyos que tanto protege y déjeme decirle que no es la primera vez que los visito, pero será la última se lo aseguro.
Aquello fue como un “balde de agua fría” para mí.
–¿Cómo que ya los ha visto antes? ¿Cuándo? –le pregunté un tanto inquieto, pero también algo temeroso de las intenciones de este sujeto.
–¿Se da cuenta mi amigo que si era importante el “cuando”?
–¡Quién demonios es usted!, ¡Lo conozco acaso! –mi rabia y mi intriga crecían en igual magnitud, eran como el viento y el oleaje en una noche tormentosa, y estaban a punto de hacerme zozobrar.
–Podría decirse que me dedico a lo mismo que usted, en cierta forma, eso nos convierte en “colegas” y yo sé mucho sobre su persona –dijo esto con tanta seguridad que me dejó aún más perplejo–. Y usted también me ha visto en más de una ocasión y en diferentes lugares además –mi mente procesó estas palabras al instante, ya dije que no tengo amigos, pero perdí la cuenta de mis enemigos. Nunca olvido una cara, eso es fundamental en mi oficio. También conozco a mis pares y este no me pareció para nada familiar.
–¿Yo? ¿Conocerlo? –comencé a sentirme inquieto con este sujeto, había algo muy extraño en él que me hacía sentir angustiado. Una intensa sensación de desamparo se apoderó de mí en ese momento. Jamás había tenido tal tipo de emoción y por más que traté de convencerme a mí mismo de que no era cierto, no tuve más que aceptar que era miedo. Nunca creí que existiera alguien que me pudiera infundir temor. Yo que me sentía orgulloso de mi valor a toda prueba, hoy sufría un duro revés– ¡Miente! –le grité nuevamente, pero ya no con el mismo fervor, ya no era bravura lo que sentía, por el contrario el miedo era el motor de mis acciones en aquel instante– ¡Quien es usted! ¡Jamás lo había visto antes! –instintivamente retrocedí un par de pasos y desenfundé a la “silenciosa”, pero mis dedos no tenían fuerzas y ella se me deslizó de las manos. Aquel extraño no se movió un ápice de su lugar, pero su mirada adquirió ahora una intensidad siniestra, tuve la impresión que aquellos ojos cínicos se tornaban oscuros y creí desfallecer ante esa penetrante mirada que parecía tomar control de mi voluntad.
–¿Tienes miedo? –me preguntó y su voz seguía siendo mordaz–, el miedo es parte de la naturaleza humana. Pero también es el factor que gatilla el accionar de los seres vivos, sean estos racionales o no, da lo mismo. No importa en absoluto porque al final los conduce a cometer actos que son motivados por el instinto más poderoso de todos, el de la conservación. ¡Tontos! No saben que llegado el momento, nada impide su destino final, la muerte –al decir esto me pareció que su voz cambió de tono súbitamente, se tornó más grave y parecía escucharla dentro de un gran abismo, pues tenía un extraño efecto reverberante–. La muerte es el omega de la existencia, porque nada es infinito, todo lo que comienza, inevitablemente debe terminar; así como lo que nace, debe por consiguiente morir y no importa “donde” ocurra, sino “cuando”. La muerte llega inevitablemente y no hay lugar en el mundo donde puedas ocultarte de ella.
–¿Quién es usted? –volví a preguntar aunque en mi mente ya conocía la terrible respuesta.
–Tú deberías saberlo, ¿Acaso no soy tu socio? Gracias a mí te llenas los bolsillos de dinero. Toda tu vida has jugado con mi esencia, has lidiado conmigo, has deseado que me lleve a muchos de tus enemigos. Sin embargo, me has maldecido por quitarte a tus seres queridos. Sí, me conoces muy bien ¿No te lo dije? En cierta forma hemos sido colaboradores, estamos en el mismo “negocio”. Con tus actos me has invocado y yo he acudido siempre al llamado, para terminar el trabajo que tú iniciaste. ¿No dirás nada al respecto? –me preguntó. Nunca me sentí tan aterrado como en aquel instante, quise hablar, pero las palabras no salían de mi boca. Jamás me había enfrentado a la muerte de esta manera, como si esta fuese “alguien” con quien dialogar y no sólo un concepto abstracto y complejo. No puedo describir el miedo que sentía, un miedo incontrolable, pero poco a poco fui comprendiendo lo inevitable, por más que luchara, sabía que no podría impedir el final que me esperaba. Era mi turno al fin y tenía que aceptar mi destino con la frente en alto.
–¿Has venido por mí?
–Estas en mi lista, claro que sí, todos lo están, incluso Jesús lo estuvo, pero en tu caso el momento podría ser muy repentino porque “el que a hierro mata; a hierro muere”.
–¿Cómo moriré?
–“Cómo”, siempre “como” –repitió–. A ustedes los mortales parece importarles mucho el “como” perecerán y eso me agrada. Algunos de tus congéneres han llegado incluso a clasificar los tipos de muerte, las han llamado natural, casual o trágica. Interesante ¿no? Le confieren cierta cuota de dramatismo y relevancia al hecho. Llegando incluso a hablar de “buenas” o “malas” formas de morir. Para dejar un legado o un mensaje, se convierten en mártires. El mismo Jesús por ejemplo, murió en la cruz para “salvar a los pecadores”. Bueno, yo no veo un fin tras el simple hecho de morir, mi misión es la de darle la condición de finita a la vida, soy un regulador o un “agente de cambio” si lo prefieres. La vida sin mí pierde sentido y sustancia, pues hay una dependencia intrínseca entre ambas. Pero lo que ocurra después no es mi tema, otros se ocupan de ello. Yo sólo bajo el telón y tras bambalinas se escribe otra historia que no me incumbe. En ciertas ocasiones cada quien construye el momento y la forma, en otras soy yo quien decide. Pero tranquilo, todo a su tiempo y tu turno aún no ha llegado.
Debo confesar que me sentí aliviado al oír aquello y ¿quien no lo estaría?
–No eres tú en esta ocasión, pero esa es la “buena noticia”, la “mala noticia”, es que te has quedado sólo en el mundo. Ya no seguirás sintiendo el temor que descubran a esos “familiares” que tanto cuidas y aun no sé porque les dices así. No tienen ningún lazo contigo, ni siquiera son parientes tuyos. Sólo son víctimas a quienes les perdonaste la vida. Sentiste lástima de ellos y se convirtieron en los únicos que te hicieron dudar en este oficio tuyo, frío y malévolo. En cierta forma, ellos han sacado tu “lado bueno” a flote, te conectan con tu “lado más humano” según tú y por eso los consideras “familiares”. Porque eso hace la familia ¿no?, permite aflorar lo más profundo de cada quien.
–¡Te los has llevado! –le grité enrabiado, pero también acongojado, estimaba realmente a esas personas.
–Sí, su momento llegó y tú me ayudaste.
–¿Yo? ¿Cómo?
–He ahí una vez más el “cómo” –repitió él–, en tu afán de protegerlos, los has dejado indefensos, sin la posibilidad de que alguien más los ayudara. Ya lo ves, los accidentes ocurren y encerrados en un lugar apartado, en una noche fría como esta, cualquier cosa puede pasar. Estaban todos los elementos necesarios para el acto final de esta tragedia dantesca. Su edad avanzada, la estufa vieja y mal mantenida, excesivo kerosén, un sitio poco ventilado y de madera, qué puedo decir, no me pude resistir. Era el momento de aplicarle teatralidad al hecho, no como tú que matas tan fríamente.
–No lo hago por placer, tú sí –le reproché.
–No lo niego, es mi oficio, me gusta y lo disfruto. Tú en cambio, haces algo que no te agrada y sin embargo, sigues ahí persistentemente como mucha gente en este mundo. Bueno, no importa el lugar o lo seguro que creas estar, el “donde” es fútil al final, pues llegado el momento nada impide que yo haga mi trabajo y en eso nos parecemos ¿No estás de acuerdo?
Nunca más volví a ver a ese individuo, pero créanme cuando les digo que fue la experiencia más fuerte que jamás haya vivido. Trato de olvidarla, pero no puedo, parece tan viva en mi memoria que creo que enloqueceré. Ahora entendí la moraleja: el fin te llegará inexorablemente, cómo y dónde son irrelevantes, el cuando es lo primordial, pero es la muerte quien lo decide. Debo reconocer que esta experiencia me cambió, sí, así fue, ahora disfruto lo que hago. Le encontré sentido a mi existencia y si mis actos fueron malos en el pasado, ahora hay una clara intencionalidad perversa en ellos. Porque ya no hay ningún lazo con mi lado humano y en cierta forma me siento más aliviado así. Y si ustedes no están en mi lista, no importa porque estarán en una más extensa aún que la mía. Una ajada y vetusta que tiene milenios de antigüedad y millones de nombres impresos en ella. Solo es cuestión de tiempo, aprovéchenlo porque este “vuela”.

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