Fender Stratocaster




-¡Es un crimen! –repetía incansable aquel policía– ¡Que se queme en el infierno el maldito! –agregó notoriamente ofuscado, mientras le propinaba miradas furiosas al sujeto que permanecía esposado en el asiento trasero de la patrulla. Luego se volvió hacia aquel bulto tirado sobre el húmedo asfalto, frente al Hard Rock Caffe de esa ciudad. El administrador del recinto, parte del personal y algunos clientes, curioseaban desde el interior.
- ¿Qué tenemos ahora? –le preguntó el oficial que acababa de llegar al lugar de los hechos.
- Mire nada más teniente –se lamentó el otro señalándole aquel bulto- He ahí el cuerpo del delito ¿Cómo alguien puede ser tan canalla? –gruñó– no tiene perdón de Dios –gritó y golpeó con violencia el vidrio del auto en un claro desafío hacia el inculpado. Sin embargo, el delincuente no le prestó atención; tenía la mirada perdida en algún punto distante del tiempo y el espacio.
- Cálmese sargento –le aconsejó el teniente al notar que se salía de sus casillas– Dígame ¿Qué se sabe de él?
- No mucho, se llama Carlos, es lo único que le pudimos sacar en limpio, está drogado hasta las patas y no porta documentación alguna –le respondió. Nuevamente miró el bulto que yacía casi olvidado cerca de la vereda y estaba cubierto con una manta– estos malditos no respetan nada –se lamentó sacudiendo la cabeza.
El teniente escrutó al detenido, quien parecía desvariar, tenía los ojos enrojecidos, sus cabellos largos y enmarañados, además de una barba no muy abundante, rasgos que no le inspiraron confianza al oficial.
-¡Oye tú! –le habló con tono parco, tratando de sacarlo del estado de alucinación– ¿De dónde eres? –le preguntó. El sujeto, bastante joven, se volvió lentamente y lo miró con ojos lánguidos y una sonrisa se dibujó en su rostro pálido.
- Londres, 1970 –balbuceó–. Fillmore East –aquellas palabras le sonaron casi como un trabalenguas al teniente.
- ¡Qué idioteces son esas! –le gruñó el oficial.
- Aquel fue el año en que el maestro murió, 1970, en su apartamento en Londres, sobredosis ¿sabe? ¡Lástima! Una gran pérdida. Fue el guitarrista más virtuoso de todos los tiempos –el teniente frunció el ceño al oír las palabras del sargento.
- ¿A qué se refiere? Sea más específico.
- Me gusta la música teniente ¿A usted no? –le preguntó–, soy un fanático de Jimi Hendrix, de él hablo y en Fillmore East, New York, grabó su último álbum en vivo.
- ¡Fender Stratocaster! –gritó el apresado interrumpiéndolos, sin dejar de sonreír, luego comenzó a tararear una canción en inglés del mismo Hendrix.
- ¡Maldito! más encima se burla ¿No te parece poco la barbaridad que hiciste? –el sargento sujetó al joven de las solapas y lo zamarreó tratando de hacerlo callar– ¡Cierra la boca antes que te la rompa de un puñetazo!
- ¡Cálmese sargento! –tuvo que retenerlo para evitar que agrediera al detenido, quien no paraba de cantar y sacudir la cabeza frenéticamente, parecía un roquero en pleno concierto.
- ¡Fender Stratocaster! –repitió una vez más aquel sujeto– ¡Murió!, ¡si Murió!– deliraba.
- ¡Así que reconoces tu culpa! –le gritó el sargento muy ofuscado– ¡debería patearte condenado!
Dos uniformados más se acercaron para sujetar al robusto policía e impedirle que golpeara al desalineado adolescente que no paraba de cantar y decir incoherencias.
- ¿De qué está hablando? –el teniente estaba muy confundido y no se explicaba la actitud de su subordinado. El crimen tenía que haber sido muy grande como hacerle perder los estribos de esa manera. Se volvió hacia el cuerpo del delito. Una extraña sensación lo embargó al observarlo. Ese bulto era la causa de todo este descontrol. Caminó hacia el y se inclinó para descubrirlo y saber de una vez por todas quién era la víctima. Lentamente descorrió la gruesa tela y sus ojos se abrieron con sorpresa, atónitos ante la imagen que tenían ante sí.
- ¿Una guitarra eléctrica? –exclamó perplejo– ¿Todo este embrollo es por una condenada guitarra? –agregó.
- No es una cualquiera teniente –aclaró el sargento– es una Fender Stratocaster, es perfecta, ninguna suena igual a la otra. La favorita de Jimi Hendrix, Eric Clapton y tantos otros. Pero esta es la misma que usó el maestro en su concierto de Woodstock, la que puso sobre su espalda, la que tocó con los dientes. Este maldito –le señaló al inculpado–pidió que le tomaran una fotografía junto a ella y aprovechó ese momento para robarla del Hard Rock Cafee, pero estaba tan drogado el infeliz que enloqueció y la golpeó contra el asfalto. ¡Mírela! La hizo añicos. Es un crimen destruir una joya invaluable como esta.

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