La levitación de Zelma


(La imagen es de propiedad de su autor) 




Para Zelma, una acérrima seguidora de la corriente positivista, aceptar como ciertos los fenómenos paranormales era por supuesto un contrasentido. Por ello, la primera vez que leyó acerca de la levitación le resultó inverosímil.

Para ella, ver a Neil Amstrong en sus caminatas lunares en el Mare Tranquilitatis, era lo más cercano a la levitación que podía aceptar, el resto eran meros cuentos de hadas.

–Gracias a que existe la gravedad es que tenemos los pies bien puestos en la tierra –.Solía decir.

Sin embargo, y sin proponérselo, la levitación parecía resistirse al olvido y se incrustó en su cabeza como un parásito. Trayéndole caos a esa vida suya que se apegaba a los dictámenes de su agenda, donde no había cabida para trivialidades.

Este repentino desapego al orden, tuvo su origen en una serie de pesadillas de las que era víctima. Bueno, quiso creer que lo eran. Crecían en intensidad y frecuencia. En ellas se veía a sí misma flotando sobre la cerámica de su casa, aferrándose al marco de una puerta, como si su vida pendiera de un hilo.

Allí estaba Zelma, desafiando a la gravedad o soñaba que lo hacía. Con temor a soltarse de la mampostería para evitar que su cuerpo flotara como un globo a la deriva por la habitación. Justo por encima de la silla donde acostumbraba a sentarse a escuchar la radio todas las tardes, después de tomar un baño de tina. Aunque en esos momentos el chisporroteo del enchufe era un elemento distractor.

–Debo hacer que reparen esta vieja instalación eléctrica –repetía a menudo, mas esta tarea nunca llegó a concretarse.

Meditó en que ese chisporroteo era la antesala a estas alucinaciones suyas.

Aquella situación comenzó a afectarla de una manera insospechada. Se dio cuenta que ya no salía de su casa, dejó de lado sus estudios, sus amistades y todo lo que era importante en su organizada vida.

Hoy se comportaba como una esquizofrénica y la única idea que prevalecía en su cabeza, era descubrir por qué las pesadillas orbitaban en torno a un hecho tan inadmisible para ella como lo era la levitación.

Al atar cabos sueltos se percató que las pesadillas seguían un patrón definido, monótono, como escenas en cámara lenta de una película de los años cincuenta. Resultaban tan reales que se agudizaba su temor a la demencia.

Primero el ruido del agua cayendo sobre las baldosas, como una cascada que fluía desde la tina y desdibujaba los mosaicos del piso. Luego sus pies entumidos por la humedad, como si los sumergiera en el torrente de un río. Enseguida ese molesto chisporroteo que se transformó en un relámpago y el humo que vino después, tan negro y que afloraba a su alrededor como en un incendio.

Pero lo peor era esa pestilencia que saturaba la atmósfera. Olía a carne quemada y no sabía el por qué de esto.

Finalmente, se encontraba ahí, flotando, como el mismo Neil Amstrong. Era una sensación extraña, donde los sentidos parecían aletargados al punto de no percibir nada a su alrededor. Tal vez eso experimentó el astronauta al estar sumido en el vacío, donde la vista se pierde en esa penumbra que se empeña en roer la razón, donde el silencio es perenne y en absoluta soledad. Como si estuviese muerta.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La fábrica de chocolates y de sueños - Prólogo

Reflexiones de un Sicario

The Da Vinci Code - Chevaliers de Sangreal