Fin prescrito
(La imagen es de propiedad de su autor)
Dicen que hay historias donde la imaginación supera a la realidad; cierto o no, debo confesar que mi vida se asemeja a una novela nacida del ingenio de Herbert George Wells. La cuestión es que hoy me encuentro al filo entre realidad y ficción.
Los eventos que se han ido desarrollando me han llevado a cuestionar lo que es real en el sentido más estricto de la palabra ¿Cuál es la definición de realidad? Hoy yo no lo sé.
Recuerdo que en mi infancia solía vivir inmerso en cuentos, novelas y relatos fantasticos, posteriormente, con la llegada de la televisión, me vi frente a un mundo sin fronteras. Sin embargo, con el transcurrir de los años la vida misma me hizo poner los pies sobre la tierra, sin que yo pudiera evitarlo y me obligó a abandonar mi pasión para enfrentar eso que llaman “realidad”.
Me sumí en los estudios de física en la universidad, aunque paralelamente me vi envuelto en movimientos sociales vanguardistas. Así, sin proponérmelo, avanzaba tanto en lo científico como en lo social. Con sorpresa descubrí que no era el único. Medité en que siempre hay otros que tienen la misma idea y le roban a uno aquello que creyó una verdadera ópera prima.
Otro sujeto, un británico, hizo exactamente lo mismo, aunque varias décadas atrás, era precisamente Herbert George Wells, quien mutó en un escritor de fama mundial. Por alguna razón sentía un vínculo entre él y yo. Sin embargo, y a diferencia de él, me convertí en físico y llegué a formar parte del equipo de científicos del Instituto Tecnológico del Pacífico.
Hoy estoy aquí y lamento que la vida juegue conmigo, me sumerge en situaciones confusas y me lleva de un extremo a otro de las emociones, como un guijarro arrastrado por las olas.
Recuerdo que cuando leí por primera vez la Guerra de los Mundos de H.G. Wells, el primer párrafo caló hondo en mí: “En los últimos años del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él; que mientras los hombres se ocupaban de sus cosas eran estudiados quizá tan a fondo como el sabio estudia a través del microscopio las pasajeras criaturas que se agitan y multiplican en una gota de agua”. Aquellas palabras tenían un sentido premonitorio que quizás ni el mismo Wells creyó posible. Pero en cierta forma mi situación era análoga a la de esas criaturas bajo la lupa, no obstante yo quería ser el observador y no el objeto de análisis.
Aquello que Wells plasmó en papel, fue llevado a la pantalla en 1953. Yo fui testigo de ello y tengo sentimientos encontrados al respecto, pues ese día comenzó mi pesadilla. Recuerdo que me embargó la emoción al ver materializado el fruto de mi experimento. Sí, me vi ahí, en mi casa, parecía ser la misma. Encendí mi televisor, era un Crosley modelo 9-407, una joya de la electrónica. Ese aparato lo había comprado en 1946 precisamente para disfrutar de buenas películas. Ese mismo año murió Wells sin alcanzar a ver el estreno de su obra magna. Entonces vi la película. La pantalla semiesférica no deslucía la belleza de Anne Robinson, la actriz principal de la cual yo estaba enamorado. En ese momento aún no tomaba consciencia de la magnitud del daño que causé con mi experimento ¡Pobre muchacha! probablemente ha perecido en las granjas humanas que los invasores han emplazado en puntos apartados de esta ciudad.
La televisión desplazó a la radio y se convirtió en una suerte de nexo entre el mundo real y la ficción. En mi afán por ir más allá de los límites de la imaginación, desarrollé un aparato que aprovechaba la tecnología de las trasmisiones de televisión, para enlazar las ondas de energía que conectan nuestra realidad con otras dimensiones o universos paralelos. Al fin y al cabo, Hugh Everett y la mecánica cuántica tenían razón.
Pude hacer esto porque me escabullí dentro de una de sus naves, arrumbadas como chatarra tras su derrota y hurté tecnología alienígena, luego de que estos perecieran por acción de las bacterias, al menos eso creía yo. Me sentí como un niño jugando con fuego.
Las cosas se salieron de control. Claro esto suele ocurrir cuando se manipulan fuerzas que aún no comprendemos del todo. Asumo mi responsabilidad por las consecuencias. Creí prever todas las variables y haber tomado en cuenta las condiciones de seguridad, mas subestimé el intelecto superior de las Entidades Biológicas Extraterrestres. Ellas anticiparon mis acciones, se valieron de mi propio experimento para concretar sus planes más allá de nuestra realidad.
Me siento culpable de lo que he hecho, quizás las circunstancias me llevaron a esto. A veces la sed de conocimiento puede ser artífice de una tragedia, pero soy científico, la búsqueda de la verdad me impulsa todo el tiempo. Me volví el eslabón, si ustedes quieren, entre la realidad y la ficción.
Ahora escribo estas líneas para dejar testimonio a quien haya logrado sobrevivir a esta catástrofe. Soy Clayton Forrester, científico, mas hoy descubrí que mi vida era irreal. A H.G. Wells puedo considerarlo como a un padre, quien me dio más dotes de las que yo imaginé. Por eso me resistí a la idea de ser sólo un personaje encasillado en una historia que tiene un fin prescrito, quise ir más allá. No medí las consecuencias y por eso no espero que me perdonen. La Guerra de los Mundos no existía, era sólo una novela y yo la hice real. Por mi descuido, hoy la humanidad ha perecido bajo la amenaza alienígena. En este mundo de ustedes al que llaman “real”, que me es ajeno como la imagen en un espejo, ellos vencieron.
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