A mi sobrino Armando
Querido sobrino,
Nos has dejado, tan repentinamente como lo hace un vendaval, que lo arrasa todo hasta traer tras de sí, la quietud. Tu partida nos deja un sabor amargo, porque te fuiste tan joven, teniendo toda una vida por delante, dejando a una esposa, dos hijas preciosas y un bebé que no alcanzó a compartir contigo esa rica comunión entre padre e hijo.
Maldita enfermedad que te robó la vida, los sueños y las esperanzas. Cuantos proyectos quedaron sin concretarse, cuantas alegrías junto a tu esposa y tus hijas, cuantas experiencias que ya no serán.
No imaginas el impacto que me causó verte allí, tendido en aquella camilla en una fría sala de hospital. Tu cuerpo aún estaba tibio. La expresión de tu rostro denotaba una paz tal, que dentro de nuestro dolor y la pena, sentimos que al fin lograste el descanso después de una agónica jornada de enfermedad.
En ese momento recordé el primer día que te conocí, tenías apenas ocho años, eras el sobrino regalón de la Fely, casi un hijo para ella. Te mostraste arisco conmigo, pues viste en mí a un invasor que venía a robarte a esa tía a la que tanto amabas. Estabas celoso y no lo disimulaste. Esa madrugada del viernes 13 de Agosto, no podía creer que ese niño al que conocí, hoy convertido en un padre de familia, se nos fue dejando una honda pena que sólo la apaciguará la imagen de tus pequeños hijos, pues en ellos hay mucho de ti.
¿Quién nos acompañará ahora en esos viajes que hacíamos al sur?
Cuantos momentos compartimos, cuando estuviste con nosotros allá en Puente Alto. Hoy eso ya ha quedado en un pasado que parece tan remoto, que se diluye en la memoria.
Te adelantaste en ese viaje misterioso que va más allá de la muerte, un camino que todos deberemos recorrer algún día. Aunque sinceramente, debo reconocer que creí que serias tú quien me lloraría a mí. Ya ves como es el destino, tan impredecible.
Adiós querido Mandi. Estarás siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones.
Descansa en Paz y que Dios te guarde
Nos has dejado, tan repentinamente como lo hace un vendaval, que lo arrasa todo hasta traer tras de sí, la quietud. Tu partida nos deja un sabor amargo, porque te fuiste tan joven, teniendo toda una vida por delante, dejando a una esposa, dos hijas preciosas y un bebé que no alcanzó a compartir contigo esa rica comunión entre padre e hijo.
Maldita enfermedad que te robó la vida, los sueños y las esperanzas. Cuantos proyectos quedaron sin concretarse, cuantas alegrías junto a tu esposa y tus hijas, cuantas experiencias que ya no serán.
No imaginas el impacto que me causó verte allí, tendido en aquella camilla en una fría sala de hospital. Tu cuerpo aún estaba tibio. La expresión de tu rostro denotaba una paz tal, que dentro de nuestro dolor y la pena, sentimos que al fin lograste el descanso después de una agónica jornada de enfermedad.
En ese momento recordé el primer día que te conocí, tenías apenas ocho años, eras el sobrino regalón de la Fely, casi un hijo para ella. Te mostraste arisco conmigo, pues viste en mí a un invasor que venía a robarte a esa tía a la que tanto amabas. Estabas celoso y no lo disimulaste. Esa madrugada del viernes 13 de Agosto, no podía creer que ese niño al que conocí, hoy convertido en un padre de familia, se nos fue dejando una honda pena que sólo la apaciguará la imagen de tus pequeños hijos, pues en ellos hay mucho de ti.
¿Quién nos acompañará ahora en esos viajes que hacíamos al sur?
Cuantos momentos compartimos, cuando estuviste con nosotros allá en Puente Alto. Hoy eso ya ha quedado en un pasado que parece tan remoto, que se diluye en la memoria.
Te adelantaste en ese viaje misterioso que va más allá de la muerte, un camino que todos deberemos recorrer algún día. Aunque sinceramente, debo reconocer que creí que serias tú quien me lloraría a mí. Ya ves como es el destino, tan impredecible.
Adiós querido Mandi. Estarás siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones.
Descansa en Paz y que Dios te guarde
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